Estefany Villalobos Romero: “El Roble de Santiago nos muestra qué tan vulnerable es nuestra biodiversidad frente al cambio climático” 

Desde el Laboratorio de Ecología de Paisaje (LEP) de la Universidad de Concepción, la investigadora Estefany Carolina Villalobos Romero trabaja con una especie que es tan hermosa como frágil: el Roble de Santiago (Nothofagus macrocarpa). En su tesis de posgrado, Estefany busca evaluar el riesgo de pérdida de hábitat y la resiliencia ecológica de los bosques relictos de esta especie endémica de Chile central, profundamente amenazada por el cambio climático y la transformación del territorio. 

Con una mirada científica y comprometida con la conservación, Villalobos está trazando un mapa del riesgo ecológico para una especie clave del ecosistema esclerófilo, cuyos desafíos bien podrían ser el espejo de muchos otros bosques nativos en nuestro país. 

¿Por qué decidiste centrar tu tesis en el Roble de Santiago? 

Porque me intriga profundamente esta especie. Es endémica de Chile y representa el límite más norteño del género Nothofagus en América. Tiene un rol ecológico muy importante, pero también está tremendamente amenazada. Quise enfocarme en ella para identificar y cuantificar los riesgos específicos a los que se enfrenta, sobre todo en el contexto del cambio climático y los cambios en el uso del suelo. 

¿Qué lo hace tan especial dentro de los ecosistemas de Chile central? 

El Nothofagus macrocarpa es vital para la biodiversidad del ecosistema esclerófilo, un “hotspot” global de biodiversidad debido a su alto nivel de endemismo. Es una especie caducifolia, lo que le permite adaptarse al clima mediterráneo, y tiene un papel estructurador del hábitat: crea microclimas, estabiliza el suelo con sus raíces y contribuye al ciclaje de nutrientes. Además, es un indicador clave frente a perturbaciones como el cambio climático. 

¿En qué estado se encuentran actualmente los bosques de Roble de Santiago? 

Se encuentran clasificados como vulnerables tanto por la UICN como por el Ministerio del Medio Ambiente. Las principales amenazas son el cambio climático —especialmente las sequías prolongadas— y el cambio de uso del suelo. La especie es muy sensible a estos factores: muestra altas tasas de mortalidad, pardeamiento del dosel y dificultades de regeneración. En la Cordillera de la Costa, por ejemplo, sus poblaciones están fragmentadas y la mayoría de los árboles jóvenes tienen menos de 80 años, lo que habla de una fuerte intervención humana. 

¿Qué avances concretos has logrado hasta ahora en tu investigación? 

En este momento estoy en la etapa de análisis de datos, por lo tanto, aún no tengo resultados definitivos. Sin embargo, estoy sentando las bases para entender mejor los factores que influyen en la resiliencia de estos ecosistemas y cómo restaurarlos de manera efectiva. 

¿Qué metodologías estás utilizando para abordar esta compleja problemática ecológica? 

Mi tesis se basa en dos líneas metodológicas principales. La primera es una Evaluación de Riesgo de Pérdida de Hábitat con el software InVEST, donde combino datos de exposición (como incendios, cercanía a centros poblados y cambios en el NDVI) con indicadores de consecuencia definidos junto a expertos en N. macrocarpa. La segunda línea aborda la medición de diversidad funcional, evaluando rasgos como área foliar, grosor foliar y densidad de la madera, con el fin de calcular métricas de resiliencia mediante el software R. 

¿Cómo defines la resiliencia en este contexto? 

Resiliencia es la capacidad de un ecosistema para absorber una perturbación —como incendios o sequías— y luego reorganizarse sin perder sus funciones y estructura. La clave está en la diversidad funcional y en la redundancia ecológica: si muchas especies cumplen funciones similares, el sistema es más capaz de resistir y recuperarse. 

¿Qué rol pueden jugar las comunidades locales y los actores públicos en estos procesos de restauración? 

Un rol fundamental. La participación comunitaria ayuda a reducir la vulnerabilidad, ya sea mediante la prevención de incendios, la educación ambiental o la conservación activa. Pero además, son esenciales para asegurar la continuidad de cualquier proyecto de restauración. Las soluciones deben construirse desde lo local, integrando conocimiento técnico y saberes del territorio. 

¿Has encontrado diferencias entre sitios restaurados naturalmente y aquellos intervenidos? 

Mi investigación no se enfoca directamente en esa comparación. Sin embargo, he observado que la tasa de regeneración natural del Roble de Santiago es muy baja. Esto indica que la restauración activa —basada en evidencia científica— será crucial para asegurar su permanencia en el tiempo. 

¿Cómo proyectas el impacto de tu investigación a futuro? 

Espero que los resultados puedan aportar a la elaboración de planes de restauración más eficientes, basados en cómo los rasgos funcionales de las especies responden al cambio ambiental. Esta información será clave para diseñar estrategias que aseguren la resiliencia de los ecosistemas y podría servir de base para políticas públicas en conservación y restauración ecológica. 

¿Qué mensaje final te gustaría compartir sobre la protección del Roble de Santiago y otros bosques nativos? 

Quisiera transmitir un mensaje de urgencia. No podemos dejar todo en manos de las áreas protegidas. El cambio climático ya está afectando a nuestras especies nativas, y el Roble de Santiago es un claro ejemplo. Necesitamos estrategias de restauración basadas en ciencia, tanto in-situ como ex-situ, y una participación activa de la sociedad en la conservación de nuestro patrimonio natural.